Todo empezó como un juego. Como siempre empiezan estas cosas. Un grupo de chalaos por la música, los deportes y las mujeres se enzarzan en discusiones bizantinas sobre canciones, sistemas de votación, ordenación, y todas esas fruslerías. Una buena excusa para repasar algunas de las mejores canciones internacional de todos los tiempos . Una lista que, como todas, es subjetiva y sobre la que no se ponen de acuerdo ni siquiera los individuos que la perpetraron...

martes, 9 de agosto de 2011

13 - "A day in the life", The Beatles


  • álbum: Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band
  • año: 1967
  • sello: Parlophone

  • "I'd love to turn you on"
Daba por hecho que la reseña de “A day in the life” iba a ser la excusa para establecer una lúcida exposición erudita sobre la gestación y virtudes de una canción. De la canción, mejor dicho, porque fuera de clasificaciones y números creo que “A day in the life” representa todo lo que pueden dar de sí cuatro minutos –o infinitos, el final del surco se retuerce en bucle y no deja de sonar- de puro azar y perfección. La letra críptica y transparente, el sonido del despertador que no consiguieron borrar de la mezcla definitiva, las caretas que los cuarenta músicos llevaron para atenuar la seriedad, los bandazos en la melodía. Creo que es el punto justo de tensión entre clasicismo y experimentación. No hay nada que desentone, pero nada se entiende; las melodías son luminosas, pero se agotan como si estuvieran muriendo. Nunca podremos apreciar hasta lo hondo la magia de una canción llena de dolor y desasosiego, de absurdo y de esperanzas destruidas. Una sinfonía que se ha roto y no se puede recomponer.

Yo debería hablarles de todo esto, pero seguramente Mark Hertsgaard en A day in the life –que precisa día a día como fue surgiendo el tema- o George Martin, que en El verano del amor nos hace asistir a la gestación de todo el disco, lo harán mucho mejor. Yo de los que voy a hablarles es de cómo conocí a los Beatles, es decir, de la epifanía, es decir, del momento en que descubres que algo externo puede decirle al corazón aparta y latir por él. Y ese algo fue una tarde destemplada de invierno, la recuerdo perfectamente, como recuerdo que nos toco subir unos escalones hasta el aula de música, que no era sino un desván en el que habían instalado un tocadiscos. Yo sentía una leve curiosidad, apática, quería escucharlos pero no creía que me dijeran nada nuevo. Eran viejos ya. Y yo había descubierto el punk. Escuche antes a los Sex Pistols que a los Beatles. ¡Viejos! Santa ingenuidad. De que los Beatles sacaron el primer disco al 78 que los escuché han pasado menos años que desde que Los Planetas sacaron el primero al día de hoy. Y a ver quien se atreve a decir que los Planetas son unos viejos que no aportan nada.

Y entonces sucedió, el profesor colocó la aguja y empezaron a sonar guitarras, no recuerdo las canciones exactas pero sí que se centró en los primeros discos, “Love me do” quizás, “I wanna hold your hand” creo recordar. Y yo, boquiabierto, no comprendía como un código –el musical y el lingüístico- desconocido para mí podía arrebatarme tanto. Arrebatarme en el sentido religioso. De inmediato rompía la hucha –o espere al cumpleaños cercano, no lo se- y fui a Discos Castelló. Era una época en la que empezaban a surgir las primeras tiendas de discos con material más que decente, porque hasta la fecha uno debía acudir a grandes almacenes o a una sección arrinconada en tiendas de electrodomésticos. Sin embargo yo, catorce años, sólo conocía Castelló de mis paseos hacia la Biblioteca de Cataluña. Desde luego no había autoservicio, sino un pequeño mostrador en el que le pedías al dependiente exactamente la referencia que tú querías. Creo que nunca he sido tan feliz en mi vida como llegando a casa con mi soledad en los discos.

Sin saber absolutamente nada, al llegar al doble azul me paralizaron los primeros acordes inseguros de una canción, una voz que cantaba como sin pensar, un pequeño estribillo agudo que se iba adelgazando, adelgazando,... Parecía una canción construida con retales, hasta en el incomprensible para mí, entonces, crescendo final. Una canción que estaba a punto de alcanzar el centro neurálgico del dolor, del desamparo. O quizás ya lo hubiera hecho pero el oyente no lo sintiera. Tiempo después, bibliografía al canto, ya supe todas las claves, interpreté versos y sonidos, pero nunca he sabido desprenderme de esa sensación de que una canción puede enamorarme y a la vez decirme muchas más cosas de las que me está diciendo. A veces, The Jam, The Smiths, vuelve a suceder. Y entonces todo vuelve a ser luminoso.

Autor: César Prieto

Más información: La canción en la wikipedia

Mp3: A day in the life

Youtube: Antes los videos eran así.

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